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¿La genialidad está en los bailes ridículos?

Desvariando sobre ,

Hay grandes que se hacen grandes por las razones más variadas.
Hay quienes hacen obras de arte de los productos más inusuales e impensables.
Hay quienes hacen lo que para algunos son obras de arte por las razones más extrañas.
Razones desde las más justificadas a las más incomprensibles.

Decir que Picasso con sus retratos abstractos, su periodo azul o sus pinturas en platos hechas al por mayor y vendidas por una miseria era un genio y su tonelada de obras hoy en día se han convertido en las pinturas más costosas de la historia, puede ser incomprensible para algunos pero para otros es sólo la muestra de su genialidad.
Los Beatles con sus odas al polvo de ángel y sus andanzas en situaciones extrañas incluso antes de Yoko o Michael Jackson con sus extraños pasos de ballet, reacomodados en el pop y sus múltiples operaciones, accidentes y enfermedades o Elvis Presley con su paso del Rey a una ostra dejada atrás en el tiempo, son todos unos de los músicos más grandes.
También está Stanley Kubrick, magnánimo director de cine de arte que hizo entre otras la soberbia odisea espacial, que es tanto una de las mejores obras de ciencia ficción como una de las más soporíferas películas existentes, con todo y sus doce vueltas sin cortes a la estación espacial.

Quizás es cuestión de estilo.
Trazos finos, acordes exactos, montaje perfecto.
Tal vez es cuestión de la época.
Mundos cambiando, abriéndose a nuevas ideas, abrazando nuevas culturas.
Tal vez la genialidad radica en combinar un poco de todo dando con algo nunca visto y paradójicamente visto en todos lados.
Y por cuestiones de estilo puede ser algo igualmente horrendo...



Tomemos un guión escrito en una borrachera, sin sentido alguno, sin un ritmo establecido y para colmo sin todas las escenas mostradas.
Un pésimo montaje con malos efectos especiales, mala iluminación, música de sintetizador de ocho bits y actores sin paga que sólo hacen eso para un festival escolar que, por supuesto, no está preparado para exhibir un numerito así.
Metamos todo en una historia ya empezada y contada mucho más allá de la mitad pese a que nadie la ha visto, un par de referencias a otros títulos, situaciones sin explicación alguna y simulemos que, pese a ser animación, está grabada en una cámara digital casera montada sobre un tri-pie que nunca es retirado.

El caos terminó con otro en la forma de una escena de baile, grabada con animación digital y programas de captura de movimiento, alto detalle y pasos cuanto más extraños.
Este desastre fue lo que Yutaka Yamamoto presentó en el primer episodio transmitido de la que sería considera toda una diosa, e inmediatamente causó conmoción precisamente porque nadie entendía qué rayos había pasado ahí.
A algunos les pareció algo simplemente aburrido y otros lo consideraron algo aberrante.
Todos estuvieron de acuerdo en que por lo menos era original.

Sólo unas semanas después la mayoría de esas voces se pasaron a la de una muy selecta minoría que consideró eso como un logro de la animación, no por su gran calidad audiovisual sino por el alcance de su historia aun dentro de lo bizarro o mal contado y pronto ese caos se convirtió en el exponente de una serie que dentro de su extraña historia, original dentro de todos sus tópicos y alterada de la manera más inusual, se convertiría en uno de los mejores títulos de los últimos años y un fenómeno mediático como nunca antes se había visto.
Sin contar la infestación en la red de las miles de parodias del baile final.



Y este hombre que vio la gloria con ese único episodio, con esa pequeña secuencia y que incluso sin eso ya contaba con una carrera de diez años y varios títulos exitosos en ella, pronto intentaría repetir su formula en la historia de cuatro adolescentes sin aspiraciones, una de las cuales era una enciclopedia andante del anime y manga.

Empezando con una secuencia de baile muy similar e igualmente parodiada y terminando con una tercia de episodios basados en el diálogo extendido interminablemente en bromas largas y tediosas. Ahí estuvo el error.

Quizás es cuestión de estilo. Un nuevo ambiente y diseño, una historia enfocada de otra forma y un humor lento y oscuro.
Tal vez, como otro lo expresa, un interés Miyazakiense de tener el completo control de algo que no es ni por asomo suyo.
Y así, tres malos episodios después y posiblemente varios problemas más, Yamakan fue desvanecido de Kyoto Animation y reemplazado por su superior en la serie anterior, convirtiendo a la historia de las cuatro niñas en un éxito con un nuevo enfoque más acorde a su estilo original, quizás abusando solamente de la retroalimentación de su propio estudio.



Y entonces, mirando a otro estudio que ha surgido igual de rápido y con una fuerza casi tan grande enfocada en su trabajo de gran calidad, llegó la historia de otra diosa. Esta vez literalmente.
Su influencia se deja ver de inmediato, ni más ni menos que con otro baile y su estilo queda fijado de nueva cuenta con una historia lenta y un humor extraño, lleno de guiños a otros y personajes carismáticos pero con un comportamiento ajeno a lo que pueden parecer en primera instancia.

Quizás es cuestión de estilo. Y aunque esta diosa tiene una enorme riqueza audiovisual y argumental, el estilo con el que es mostrado está lejos de la genialidad alcanzada en una pequeña cámara casera, por mucho que sus muchos fans traten de decirnos lo contrario.
O por el mismo estilo, ahora nos encontramos en la división, el lugar en que unos opinan de un modo y otros toman las armas.

Desde su vil llamada de atención en modo de agradecimiento en el quinto episodio de la segunda diosa, no se hizo mucho más ruido hasta la licencia de esta en EEUU y su entrevista, en la que muestra su amnesia a su pasado antes de esta obra y verle pedir disculpas en Otakon por un “error” que él “permitió” que sucediera al “dejar por su propia voluntad al estudio” cuando en su momento él se opuso a la maniobra de las seis iteraciones del agosto infinito.

Ahora pregunto, ¿es cuestión de estilo?
Sí y no.
Pues la genialidad depende tanto del estilo como del momento y el medio, y puede llegar una sola vez en una carrera de diez años o puede ser una odisea continua durante todo ese tiempo.

Tanto Picasso como Elvis o Michael y otros contemporáneos como Alan Moore, Kitano o el mismo Yamakan son (o fueron) genios reconocidos en su medio pero son igualmente unos niños llorones que no pueden ver “su obra” en manos de otros y con su escapatoria, aunque impresionan tanto o mas que antes, definitivamente no es lo mismo.
O quizás sea que el estilo no está en la mano que lo hace si no en donde se implementó.


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